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La hibridación del aula: de la apertura necesitada a la forzada

El aula necesita abrirse. Ya veníamos en esta década con corrientes sociales que pedían una adaptación. Las nuevas tecnologías y recursos, la actual forma de entender el tratamiento de la ingente información disponible a golpe de click, con sus potencialidades y velocidad, ejercían una creciente presión sobre el sistema educativo. Dicha coacción no siempre ha sido explícita ni evidente, sino que de forma velada iba dejando interrogantes, y porqué no reconocerlo, debates enfrentados entre docentes sobre la necesidad u oportunidad de un cambio metodológico muchas veces malinterpretado.

Y es que, durante un tiempo se viene confundiendo tecnología con metodología, innovación con recursos, cambio con exclusión. Y entre ese ruido de sables, con esa confusión de términos, se ha acabado mezclando la necesaria adecuación pedagógica a los tiempos con una ofensa camuflada en las nuevas propuestas.

Las administraciones dotaban a los centros de conexión a Internet o de pizarras digitales, unas veces con más presupuesto que efectividad, para su uso por un profesorado sin estar formado suficientemente en este campo. Lo habitual era, en el mejor de los casos, usar la Red de forma puntual y las Pizarras Digitales pasaban como simpáticas “pizarras con colores” o como soporte de proyecciones de vídeos o ejercicios. En el peor de los escenarios, pasaban meses apagadas viendo como se usaba, a su lado, el blanco sobre verde. Solo por dar una muestra de esfuerzo inversor realizado por las administraciones se muestra, en la Tabla 1, algunas de las iniciativas más relevantes.

Tabla - Programas de financiación digital por la colaboración entre FEDER Y RED.ES en España.
Tabla – Programas de financiación digital por la colaboración entre FEDER Y RED.ES en España.

Según Colás el al. (2018) las distintas investigaciones que ofrecen información sobre aspectos concretos de los efectos de las políticas TIC en la enseñanza, no destacan aportaciones sobre una visión integrada de los mismos, ni con perspectivas evolutivas de estos procesos que permitan conocer qué aspectos de la realidad educativa mejoran. Por tanto, no existen evidencias suficientes sobre la efectividad de las inversiones, que pueden quedarse en intentos apoyados en esfuerzos presupuestarios, dentro de un constructo donde las acciones aisladas y sin continuidad desembocan en una pérdida de eficiencia de dichas inversiones o, en el extremo negativo, en la nula utilidad más allá del marketing educativo.

Más allá de fobias y filias a las TIC en el aula, su implantación eficiente debe medirse en su capacidad de conseguir un aprendizaje significativo del alumnado, y ello no es solo cuestión de voluntad del docente, sino que necesita ser respaldada por un hábitat que ofrezca unas condiciones mínimas (Figura 1) que permita su establecimiento real y eficaz.

Figura 1 - Factores influyentes en el uso eficiente de las TIC en el aula.
Figura 1 – Factores influyentes en el uso eficiente de las TIC en el aula.

De forma simplificada, de las Pizarras Digitales pasamos a las tabletas y ahora desembarcan las Pantallas Táctiles. Un proceso que sigue adoleciendo de los mismos males, tres a destacar:

  • Necesidad de formación del profesorado.
  • Autocomplacencia del sistema en que se “avanzaba”, se relajaban y rebajaban las exigencias de renovación didáctica.
  • Y la confusión anidada, en el anterior punto, de considerar que el recurso sustituye al método, que la espada hacía grande al guerrero.

 

La literatura científica lleva tiempo advirtiendo de esta problemática. Hace una década que García-Valcárcel y  Tejedor (2010) señalaban cuatro factores que refuerzan el argumento defendido anteriormente: ineficaz formación del profesorado para el uso de tecnología; escaso tiempo  disponible de los profesores para la colaboración y el desarrollo de programas de tecnología integrada; carencia de personal disponible para mantener y resolver solucionar problemas técnicos y de aplicación didáctica; falta de ordenadores y  accesibilidad a Internet en todas las aulas y una formación de tipo instrumental, fragmentada, individualista  y ajena a las necesidades de una escuela concreta.

Me quedo en este último escalón de los tres citados, la confusión de recurso con método, eslabón final de una cadena de la que cuelga una llave que permanecía en el fondo de un mar demasiado turbulento. Bancos, administraciones, empresas comerciales, servicios se abrían ante las necesidades de una clientela que navegaba desde sus dispositivos electrónicos cada vez con más frecuencia y naturalidad rumbo a una digitalización difícil de contener, ilustrado en la escena en la que al salir del aula un profesor dejaba la tiza y compraba en Amazon.

En este punto es necesario aclarar que no se trata de responsabilizar al profesorado, todo lo contrario. La burocracia en pro de una “calidad” mal entendida, un currículo falto de actualidad y practicidad, una sobrecarga de responsabilidades que parte de un número excesivo de alumnado, pasando por una desproporción de horas, dentro y fuera del aula, que además pasa desapercibida por la sociedad no docente, y es que hay quien cree que la docencia se circunscribe a los 55 minutos de clase. La necesidad hace que se tome la incontrovertida decisión en estas condiciones de centrarse en lo urgente postergando lo importante hasta que la punta de la pirámide allane el terreno. Por no extender que el argumento avanzó dejando migas de pan por el camino para retomarlo cuando sea posible.

Y retomando la dualidad de la tiza dentro del aula frente a la App para cualquier otra gestión fuera de ella, es moderadamente coherente defender la necesidad de la apertura del aula al mundo. Las paredes se fueron llenando de ventanas que se fueron abriendo para todos los ámbitos sociales y que en el educativo no se percibió con la misma intensidad y velocidad que en el resto.

¿Era necesaria esta apertura en los centros educativos? Habrá opiniones para todo, desde que ni necesario ni sensato hasta que era lo lógico; quien escribe considera que imprescindible. ¿Era posible? Muchas voces alzaban el “no” que de tanto sonar embarraron el camino a los que lo recorrían de forma dubitativa. La desastrosa pandemia se encargó de sostener el “sí, era posible”. De la cercanía de primera fila tan acomodada para el docente, entiéndase sin acento peyorativo, se pasó en horas al abismo que los separó sumarísimamente por la distancia social impuesta para ralentizar los contagios. Nació la hibridación de las aulas. Una excepcional situación sin precedentes, muy distinta del e-learning y del b-learning, aunque confundida con ellas y generando graves errores de planificación y decisión por ello. De forma  curiosa lo que antes separaba a la “ortodoxia de los revolucionarios”, las pantallas, culpadas, habrá que demostrar si culpables, de muchos de los males circundantes a los “millennials”, ahora pasó a ser parte clave de la solución. El recurso se posicionó como epicentro del debate de las soluciones, desde la asincronía al streaming el uso de dispositivos y conexiones fiables era lo poco controvertido.

Aparecen las prisas. En semanas se aceleró de tal forma la necesidad ante la adversidad, que se abrieron muchos ojos anclados en la exclusividad de la tradición magistral y en la “falacia” de la consideración de postureo tecnológico a las nuevas propuestas didácticas. Parte ortodoxia cedió ante “el nuevo orden”, pasó de repente de mal a remedio, a tener que ser un aliado forzado, un mal necesario.

Ahora ya en 2021, las paredes que se resistían a caer, han caído. El aula no volverá a ser esa cátedra cerrada con transmisiones magistrales: una transferencia de conocimientos a la que tanto le debe la historia y de la que ni se puede ni se debe renegar de ella. La obligada apertura de ventanas y puertas para mantener la ventilación exigida por la pandemia, además de ser literal, es conceptual, paradigmática y metodológica.

Conceptual porque el triángulo espacial docente-pizarra-alumno, conocimiento-canal-aprendizaje, se ha quebrado.

Paradigmática porque el modelo de referencia tradicional no sirve en estas condiciones, ni actores. De hecho, hace años que estaba en duda desde algunas tendencias educativas.

Y metodológica porque lo que inversión en TIC no consiguió, lo que la tendencia de sociedad digitalizada no forzó, lo ha conseguido la Covid19.

Las consecuencias han sido de un importante calado que habrá que analizar con mucho rigor cuando tengamos la suficiente perspectiva temporal y colectiva.  Dentro de las que ya se ha podido observar a pie de aula, están:

  • Los estudiantes, “nativos digitales”, han demostrado la rápida adaptación al nuevo contexto hibridado con exigencias tecnológicas notables, altas para ciertas edades.
  • Los docentes “inmigrantes digitales” se han adaptado en tiempo récord para transformar una enseñanza presencial en una que no es ni semipresencial ni a distancia, es híbrida, es decir, sin precedentes a los que recurrir.
  • No es viable, al menos con garantías suficientes y sostenido en el tiempo, enfocar el proceso enseñanza-aprendizaje como está orientado en la actualidad, basado en la presencialidad sin ella. Ni los contenidos ni las metodologías, de las que ya se ha comentado que estaban puestas en duda por varios sectores de la comunidad educativa, no están diseñados para soportar las distintas tensiones y transformaciones que se requieren para dicha metamorfosis: reducción  y nueva gestión de tiempos de clase; un sistema de calificación ( y evaluación, de esta dualidad se deberá profundizar) que no soporta el contexto de presencialidad restringida; un docente no formado en estos formatos y se ve obligado a hacer pasar a “un camello por el ojo de una aguja” mantenido el “qué” y el “cómo” en un “dónde” absolutamente incompatible.
  • Y los recursos. Merecen un foco muy grande sobre ellos. Hasta ahora los centros, al menos en España, estaban equipados con recursos TIC obsoletos y/o poco potentes y/o infrautilizados. Resulta que cuando sonaron tambores de guerra y necesitábamos cañones solo había armas de fogueo para escenarios de uso muy limitado en acciones de corto alcance.

 

En resumen, unos centros de aulas presenciales, recursos insuficientes, profesorado con necesidades de formación en TIC y metodologías emergentes, sin alumnado, con menos tiempo y teniendo que impartir y evaluar los mismos contenidos de siempre con un escenario nunca visto y adaptarlo todo en un tiempo récord. Obviamente es una quimera. La educación ha continuado a base de imaginación y esfuerzo docente, mención aparte merecen los equipos directivos, el sacrificio familiar y la resignación del alumnado.

Desde la ruptura en España, a mitad de marzo de 2019, hasta la actualidad todavía no se ha completado el camino de la eficiencia en el proceso de enseñanza-aprendizaje (Figura 2) en el actual contexto híbrido, provisto de una dispersión alarmante de soluciones que no nace de la necesidad puntual, sino de la falta de acuerdos globales, Además, no es que hubiera que alcanzar la excelencia en este periodo, no es cuestión de tiempos, sino que la convulsión nos ha asaltado por la espalda sin capacidad de respuesta inmediata, en parte por la seguridad del sistema en la efectividad de la tradicionalidad reinante.

Figura 2 - Proceso de la eficiencia tras la ruptura imprevista de la normalidad.
Figura 2 – Proceso de la eficiencia tras la ruptura imprevista de la normalidad.

Que la primera vez el transcurso de los acontecimientos sea el anterior, no es sorprendente, desde cierto punto de vista, ya que la erupción fue repentina y voluptuosa, pero la segunda vez no tendríamos defensa posible. Se reincide de nuevo en esta publicación en levantar la bandera de que, desde hace años, tuvimos la capacidad de estar provistos contra catástrofes de este tipo. De hecho, quienes lo estaban han acortado las distancias entre ruptura y eficacia.

La próxima ruptura debe venir precedida de todas las fases que antes la separaban de la eficiencia (Figura 3), por responsabilidad social y humana.

Figura 3 - Proceso de la eficiencia tras la ruptura prevista de la normalidad.
Figura 3 – Proceso de la eficiencia tras la ruptura prevista de la normalidad.

Efectivamente, volvamos al “nadie lo esperaba”. Se está combatiendo un escenario de novela de terror. Pero, ¿cuándo toda esta situación pase, qué rumbo tomaremos? De la multiplicidad de escenarios que esconde la realidad, véase 2019 y encuentren aciertos sobre 2020, se van a comentar tres de una moderada probabilidad de aparición y no demasiado difíciles de pronosticar:

1.Vuelta a lo anterior. Que el lector no infravalore el cansancio y agotamiento de todos los actores en el uso precipitado, intensivo y de urgencia de unos recursos tecnológicos que debieron entrar años antes de forma natural al proceso de enseñanza-aprendizaje y que aterrizaron dentro de un “conjunto de medidas de supervivencia”. Cuando no sean imprescindibles, ocurrirá, confiemos que en los menos casos posibles, que se “grite por las calles: volvamos a lo de siempre”. Con el hastío detrás del eslogan, se defenderá que una vez acabada la guerra hay que volver a seguir “donde lo dejamos ayer”. Será un plegado de velas tan poco coherente con los tiempos que aniquilará para décadas la profunda reflexión y reformas necesarias tras la pandemia. Si desde varios sectores empresariales y de la administración ya se prevé que habrá cambios estructurales, por ejemplo, la inclusión de teletrabajo de forma ordinaria, ¿es lógico volver en exclusiva a la “cátedra magistral” como si nada hubiera ocurrido? Y, ¿podemos asegurar que el escenario no se repetirá global, local o individualmente?

2. Un camino indefinido intermedio. El peor escenario, y el más probable. Que se vaya a lo fácil, de nuevo obviar lo urgente por adoptar soluciones rápidas y tentadoras que aparenten la adaptación sin empapar el terreno. Esa equidistancia que se fabrica habitualmente en las salas de máquinas de los edificios importantes tan cortoplacista como ineficiente. La reedición del desaprovechamiento de momentos clave, como la irrupción de las TIC a principios de siglo, con medidas superfluas precipitadas y sin un sentido estratégico más allá de las apariencias. De hecho, durante la pandemia acabamos de ver un spoiler de este caso, la aprobación en España de una nueva ley educativa, otra más sin reflexión, mientras los docentes además de poner el riesgo nuestra salud, nos dejábamos horas y horas cada día en mantener el sistema y la evolución de nuestros alumnos, de esas personas que nos necesitaban. En las alturas ni por sensibilidad han esperado a empujar y anunciar esa ley, ya vemos lo pendientes que estaban las autoridades de nuestros problemas, que pequeños precisamente no eran y poco se minimizaban con una nueva ley.

3. Aprovechamiento de la inercia. Que una vez probados, experimentados y puestos en contextos varios procesos y recursos, se observe sus potencialidades y flaquezas y nos sirva para comenzar a construir, sin prisa, pero sin pausa, una nueva era educativa. La era post pandemia, dentro de una sociedad de la información dominada por el uso de Smartphone, tabletas e Internet, que se adapte a la realidad sin ninguna opción de vuelta atrás. Y se debe matizar que el verbo utilizado es “adaptar” no “sustituir” ni “excluir”. Adaptar es complementar, planificar la convivencia de los sistemas y metodologías tradicionales anteriores con las nuevas propuestas. Un papel predominante deberá tener la investigación educativa, tradicionalmente menospreciada en la búsqueda de evidencias eficientes de prácticas de aula.

Defendiendo la necesidad de tomar esta última vía, de aprovechar el conocimiento adquirido en esta época, de este forzado experimento, reclamo el derecho a una reflexión práctica y eficiente de lo vivido en el ámbito académico. Que la hibridación ha sido forzada no nos exime de responder con solvencia, de hecho nos obliga, a que tomemos en serio el contexto híbrido dentro de la futura normalidad del aula. Cuando se necesite, complementando a otras metodologías emergentes o tradicionales, pero que esté dentro de los recursos que dominemos para actuar cuando las condiciones, globales o puntuales, así lo requieran.

Lo reclamo en primera persona del singular, y lo reivindico con la fortaleza que me dan los errores cometidos en el aula, antes, durante la pandemia y sin duda los que cometeré a partir de la normalización.

Lo reclamo para que se haga realidad una frase en ocasiones pesimista, “para que haya valido la pena”. No considero que es mucho pedir que se analice lo vivido para mejorar y poner al día las estructuras exprimidas durante siglos, sí siglos, y que hoy tenemos la obligación de reformular.

Lo reclamo desde estas letras, y de otras que llegarán con propuestas y experiencias concretas, para que pase de ser en primera persona del singular a primera persona del plural por el bien de las millones de vidas que lo necesitan y necesitarán.


Colás, M. P., de Pablos, J.,  y Ballesta, J. (2018). Incidencia de las TIC en la enseñanza en el sistema educativo español: una revisión de la investigación. Revista de educación a distancia, (56).

García-Valcárcel, A. y Tejedor. F.J. (2010). Evaluación de procesos de innovación escolar basados en el uso de las TIC desarrollados en la Comunidad de Castilla y León. Revista de Educación, 352, 125-147.

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Pedro Peinado Rocamora
Doctor en Tecnología educativa por la Universidad de Murcia (UMU). Profesor de Matemáticas en IES Los Albares (Cieza,Murcia, España). Profesor Innovación e Investigación en Matemáticas en Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). Premio Nacional Giner de los Rios a la Calidad Educativa 2017 Ámbito científico-técnico. Ministerio de Educación.

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